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martes, 21 de abril de 2015

TRAS LA PARIDERA, EL BABY BOOM LLEGA A LOS PRADOS.





A las mamás vaca se les denomina "vacas nodriza" y a los terneros criados en los pastos se les llama "terneros pasteros".


Según la RAE "paridera" pueden ser varias cosas, pero todas referentes a la reproducción del ganado. Como adjetivo, se refiere a la hembra de cualquier especie capaz de procrear. Puede referirse a un lugar, el "sitio en que pare el ganado, especialmente el lanar", a la acción de parir o a un momento determinado. Con este último nos vamos a quedar, lo que coloquialmente se conoce como "la paridera" no es más que el tiempo en que paren muchas hembras de ganado a la vez.


Una paridera es el lugar cerrado donde se recogen las ovejas en el momento del parto y los días que le siguen. Fuente:  Llanos cerrillo/Banco Fotos Editorial Agrícola.
La paridera se da en la ganadería extensiva o semiextensiva, ya que utiliza los recursos naturales a su disposición para la alimentación de los animales, o al menos, lo más posible. Para ello, el ganadero procura agrupar los partos en épocas estratégicas para que coincidan las máximas necesidades nutritivas del rebaño con la máxima disponibilidad de pastos.


En la Península Ibérica, la paridera puede darse en diferentes momentos del año, dependiendo de la zona (la climatología es muy diferente) y del tipo de ganado (no comen lo mismo vacas ovejas, cabras o cerdos). En esta entrada me centraré en el vacuno de carne, que son los que más alimento necesitan.



Una mente urbanita convencional asociaría la primavera con terneritos recién nacidos en los prados. Esto, aunque a veces ocurre, no suele ser la mejor estrategia. 



¿Sabías que la gestación de una vaca dura algo más de nueve meses?



La situación ideal es que las vacas se cubran de diciembre a febrero. De esta manera, los partos se concentran en otoño (septiembre-noviembre), los terneros pasan el invierno a resguardo (o no, dependiendo del clima) y mamando de la madre hasta que comienzan a salir a los pastos en primavera. Este es el momento crucial, si el ternero, que ya es capaz de tomar hierba, se encuentra con pastos abundantes crecerá rápido y llegará al peso óptimo para ser vendido (unos 200-250 kg a los seis meses ) sin que el ganadero haya tenido que suplementar su alimentación con pienso.



Esta situación ideal es más posible conseguirla en las zonas de media y baja montaña de la España húmeda, que tienen gran disponibilidad de pasto en primavera y verano, como puede ser Galicia o la Cornisa Cantábrica. Aquí el mejor momento para la paridera es el otoño.



Vaca y ternero de raza Parda de Montaña. Esta raza se creó hace más de 160 años, al cruzar la raza parda Alpina con razas autóctonas del norte de España, para obtener un animal más productivo en carne. Fuente: base de fotos de la Editorial Agrícola Española.


La dehesa meridional (andaluza, extremeña y castellano-manchega), como ecosistema mediterráneo que es, tiene las lluvias (y por tanto el crecimiento del pastos) concentradas en otoño y primavera y un periodo de sequía estival muy acusado. Esto hace más recomendable concentrar las parideras en los cuatro a seis meses del otoño y el invierno, sobre todo si se trata de explotaciones grandes, que pueden jugar con más extensión de terreno y tienen mejores infraestructuras.


Sin embargo son bastante más frecuentes, las parideras continuas, que duran ocho meses, evitando los más secos del verano, en parte porque se consigue algo más de fertilidad y en parte por razones socioeconómicas. De todas maneras, aunque el toro convive prácticamente todo el año con las vacas, los partos tienden a concentrarse de noviembre a marzo. Esto se debe a que, gracias a la abundancia de pastos de la primavera las vacas están en una mejor condición corporal para quedar preñadas durante esa época. Las vacas viven en plena naturaleza, y esta es lo que tiene, si estás de buen año te reproduces, si no, espera al siguiente.


En la dehesa septentrional (Ávila, Salamanca y Zamora) y en las zonas de montaña, los mejores momentos son el invierno y la primavera. En ambos casos, esta tarda más en llegar, y en verano se dispone de pastos en la alta montaña y de rastrojeras en la meseta. Es como si hubiera "dos convocatorias", si no quedan preñadas en la primera todavía les queda otra oportunidad ese año.


Vaca y ternero de la raza berrenda en colorado en una dehesa avileña.


De todas maneras, a la hora de optar por un momento u otro, el ganadero se basa en los números, que son los que al final mandan. Y a la hora de ponerse a calcular, hay tres puntos a tener muy en cuenta.


Lo primero: cuanto menos dinero haya que gastar en pienso, que es uno de los gastos principales, mejor. Eso supone planificar bien para evitar o minimizar la necesidad de suplementar a las madres (para que lleguen en optimas condiciones al celo, el parto y la lactancia) y a las crías (para que lleguen al peso necesario) con heno o pienso.

Comedero para terneros con puerta "tipo Imaginarium", en el que solo los terneros pequeños pueden entrar a probar el pienso. Así irán adaptándose a su futura comida y crecerán más rápido. Fuente: Base de fotos de la Editorial Agrícola.

El otro gasto importante es la mano de obra, que depende en gran parte de como esté organizado el funcionamiento de la explotación. Las parideras concentradas en unos meses suelen suponer picos de trabajo que pueden requerir mano de obra externa. Por su parte la paridera continua, aunque permite tirar casi únicamente de mano de obra familiar, pero supone estar siempre pendiente del ganado, ya que hay partos y destetes prácticamente durante todo el año.



Por último, pero no por ello menos importante, tenemos el factor comercial; es decir cómo pagan los tratantes al ganadero por los terneros ya destetados. Depende principalmente de la conformación de los animales (en gran parte determinada por la raza) y de la demanda del mercado. Desde ese punto de vista, para el ganadero los partos tempranos de otoño son los más interesantes: se pagan mejor porque el sacrificio se producirá probablemente en el último cuatrimestre del año, cuando la carne alcanza su cotización máxima.

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viernes, 14 de diciembre de 2012

CERDO IBÉRICO : DE LA DEHESA AL SUPERMERCADO

Con la navidad llegan los días de desenfreno alimenticio en los que nos hartamos de todas esas delicias restringidas el resto del año por eso de cuidar del bolsillo y de las arterias coronarias. Junto con el cordero, los langostinos, el cava y los mantecados, en la mesa no puede faltar una racioncilla de jamón o lomito ibérico.
 
Los productos del cerdo ibérico son únicos en el mundo, como lo es la raza y el lugar donde se cría, la dehesa. Tenemos un producto excepcional que, como consumidores, deberíamos conocer mejor, no solo para que no nos engañen con "imitaciones" de peor calidad sino para no perderlo precisamente por culpa de estas imitaciones. 

Una dehesa en el valle de los Pedroches. Fuente: Juan Calero. 


Los trucos del marketing
 

Cada vez son más comunes los productos procedentes de cerdos cruzados y criados de forma intensiva que recurren al uso de palabras (ibérico, pata negra, estirpe, bellota) o imágenes que evocan una mayor calidad; todo para hacer creer al consumidor que el cerdo del que proviene esa caña de lomo alguna vez vio el cielo estrellado y comió bellotas y hierbecitas del campo. No nos dejemos engañar, esta forma de cría se practica cada vez menos, ya que hoy en día resulta más rentable producir "sucedáneos" de cerdo ibérico, que son los que abundan en el supermercado.

 ¿Sabías que los productos 100% ibérico de bellota, apenas suponen un 4% del total?

 



Dos ejemplos clarísimos de marketing engañoso. Afortunadamente, la nueva normativa prohíbe recurrir a estos  trucos.
 
Actualmente tenemos una norma de calidad aplicable a los principales productos de cerdo ibérico, el  Real Decreto 4/2014 cuyos objetivos son proteger la raza de cerdo ibérico, evitar la confusión del consumidor y poner orden en el sector. El tiempo dirá si se consigue o no. Pero por si acaso, desde aquí voy a daros unas cuantas claves para que no os engañen a la hora de comprar algunos productos ibéricos. Y es que, según palabras de José Luis García Palacios, portavoz de la plataforma 'En defensa de la raza porcina ibérica" "Cuando alguien pide un plato de jamón ibérico imagina un cerdo de una raza que suele ser negra, debajo de una encina o en una dehesa, criado con lentitud; pero con la norma de calidad en la mano, el ibérico puede ser un animal sacrificado en menos de diez meses, cruzado al 50% con una raza americana y estabulado desde que nace".


De momento quedaros con la primera idea: hay tres pilares básicos en este mundo del cerdo ibérico que determinan la variedad y calidad de los productos que podemos encontrar en el mercado: la raza, la alimentación y el manejo de los animales.


La raza del cerdo
 

El rey del mercado es el cerdo “blanco”: varias razas mejoradas para producir grandes piezas de carne, rápidamente y con poca grasa.

Con las patas de estos cerdos, criados de forma intensiva, se elabora el jamón serrano. La Fundación “Jamón Serrano”, avala las piezas elaboradas según unos estándares de calidad establecidos por la ETG “Jamón serrano” e identificadas gracias a unas etiquetas específicas y nos garantizan unos buenos jamones. Os lo cuento aquí para que no lo confundáis con el jamón ibérico.


Un ejemplo de cerdo “blanco”, este de la raza Large White,