miércoles, 24 de septiembre de 2014

LA GRANJA SE ABRE AL CONSUMIDOR


Con el comienzo de curso, las gotas frías de todos los años y el otoño a las puertas, quiero echar el último vistazo al verano, en el que hemos tenido ocasión de practicar algo de agroturismo. Como hemos tenido tiempo de sobra para desconectar un poco del tema agrario, ¿cómo no aprovechar la invitación a visitar una granja de foie gras en las landas francesas?.


Patos sesteando en la Granja Darrigade


En esta visita al sur de Francia, tampoco me perdí un pequeño (un muy pequeño, para ser sincera) mercado de productores locales .Y es que, ya me conocéis, la combinación granja + gastronomía me motiva al 100%. El caso es que me dio por pensar en lo que esta moda nueva del agroturismo puede aportar, y lo que no, tanto   productores como a consumidores.


Considerando que la granja en cuestión se dedicaba a cebar patos para elaborar allí mismo el foie gras y otras delicatessen, quizás la primera ventaja que puede tener esto del agroturismo es que los mismos productores enseñen cómo es su trabajo y cómo viven los animales en sus granjas. De esta manera pueden contribuir a desmontar mitos o aclarar aspectos controvertidos como el uso de productos fitosanitarios o de hormonas, o el bienestar animal.



La granja es una explotación familiar y aquí tenemos a uno de los hijos explicando cómo realizan el cebo de los patos, pero sin patos ni nadie que se prestara voluntario.



Sin embargo, y por lo que he visto en España, la mayoría de las iniciativas de agroturismo son de pequeñas granjas familiares, a menudo ecológicas (una buena representación la podéis ver en Ecotur). Estas, por las características de su producción, se pueden permitir que entre gente en sus explotaciones, e incluso implicarla de alguna manera en sus actividades, por ejemplo acompañando al pastor con sus ovejas (la oferta de "pastor por un día" en Google no hace más que crecer), cuidar del huerto o de animales de granja. Con la experiencia, meramente personal, del desastre que son capaces de hacer en un huerto unos niños con tijeras, saco y dosis extra de motivación recolectora…o de hasta donde se puede complicar un simple traslado de vacas de una finca a otra si no se las maneja adecuadamente (sin asustarse, gritar, chillar, hacer aspavientos, ir muy cerca o muy lejos de ellas)…francamente, no se cómo se las apañan estos granjeros profesionales para lidiar con los granjeros por un día. Y agradecería infinitamente que me lo cuenten en los comentarios.



Pero realmente, y sin quitarle un ápice de valor a la producción ecológica, la inmensa mayoría de huevos, leche y carne de cerdo o pollo, vienen de granjas intensivas en las que las únicas visitas del exterior bien recibidas son el veterinario, los camiones con suministro de pienso o similares, y poco más. Veo difícil, si no imposible abrir estas granjas al visitante normal, básicamente por razones de bioseguridad (ya expliqué aquí en qué consisten). 



Esto es lo más cerca que he estado de una granja de cerdos intensiva. 
 

Una iniciativa muy interesante que tiene lugar en  son los “Desayunos en la granja”. En los que, además de tomar un café puedes aprender de primera mano cómo es el trabajo de distintos productores pequeños, pero no necesariamente artesanales. Y yo me pregunto... ¿Están nuestras granjas y granjeros preparados para algo así?. Este es el logo de los que organizan en Ontario (Canada),pero hay muchos más.





Por otro lado tenemos lo que realmente puede ofrecer la granja al turista, su familia o su panda de amiguetes. Un estudio apuntaba a que las más demandadas eran las que tenían varias producciones: sus cultivos variados, su huerto, sus animales…pero paradójicamente de estas granjas autosuficientes quedan muy pocas. De nuevo surge la duda si algunas de estas granjas abiertas al turismo permiten una participación real en las tareas propias, o se trata de un parque temático cuasi real en el que el polvo, el barro o el mal olor han desaparecido completamente. Y es que la experiencia de vendimiar, recoger aceituna o pastorear deja de ser excitante cuando aparecen el cansancio y /o el aburrimiento. Otro factor a tener en cuenta es el climatológico; suma calor, frío o lluvia a las experiencias anteriores y lo mismo el visitante se queda sin actividad…o acaba desertando. Pero bueno, algo es algo, y conseguir que el urbanita medio se de cuenta de la dureza del trabajo de agricultores y ganaderos no es poca cosa.




Y tampoco es cuestión de asustarles o maltratarles. Porque una baza importante del agroturismo es precisamente el comer, y consumir; en otro ambiente, pero consumir al fin y al cabo. Comprar alimentos de la granja, alimentarse con ellos durante la estancia, o incluso elaborarlos allí mismo comienza a estar de moda. De nuevo, si esta manera de satisfacer nuestro impulso consumista nos permite redescubrir sabores casi olvidados y conocer a sus artífices, bienvenida sea.



No podían faltar los burros y las cabritas enanas, para entretener a los niños, normalmente poco interesados en el foie y demás exquisiteces.

Sin embargo, y aunque no estoy muy puesta, topamos con el tema de la manipulación de alimentos, esto es, con temas de sanidad. El productor que quiera meterse en estos berenjenales ya no podrá limitarse a producir: tendrá que invertir en formarse, en instalaciones, aprender marketing, etc etc para poder tener tanto los permisos como la capacidad necesarias para elaborar y vender sus productos.

Para emprender una aventura de este calibre conviene tener cierta seguridad, y esto, que puede parecer una tontería, no lo tenemos del todo solucionado en España. El Real Decreto 191/2011, sobre Registro General Sanitario de Empresas Alimentarias y Alimentos, establece en qué casos las empresas dedicadas a producir alimentos no tienen la obligación de estar inscritas en este registro nacional. Como los pequeños productores (como es el caso de nuestros “granjeros”) en algún sitio tendrán que estar controlados, digamos que se pasa la patata caliente a las Comunidades Autónomas, emplazándolas a crear unos registros autonómicos. Pues bien, después de tres años todavía no se han puesto manos a la obra, privando a las explotaciones ganaderas y agrícolas de nuestro país de una cobertura legal para la venta directa de los productos artesanos elaborados en ellas.


Entiendo que en estos casos es necesario relajar determinadas normas y exigencias legales, y que esto pueda llegar a ser problemático. Pero no creo que los escollos sean insalvables si la venta directa está consolidada en otros países europeos. 

Hoy en día ser agricultor o ganadero y vivir de ello no es nada fácil y la venta directa permite diversificar las fuentes de ingresos, algo esencial en el mantenimiento de las pequeñas explotaciones agro-ganaderas. También contribuye a acercar al consumidor local productos de alta calidad a precios justos y asequibles. Ambos dos son objetivos de la nueva PAC, de la que ya hablé en su momento, así que, quien sabe, lo mismo dentro de unos años si nos tiran de las orejas por esta historia me acordaré de esta entrada.


Uno de los hijos explicando en perfecto francés (vamos, que no pillé ni una) por qué siembran cacahuetes en su granja. Por cierto, ¿os he dicho que 2014 es el Año Internacional de la Agricultura Familiar?.


Actualización (agosto 2019): 
Parece que en Extremadura, en Andalucía, las Islas Baleares y en Aragón ya hay iniciativas en este sentido:

Y no, todavía no nos han tirado las orejas en este sentido.
 

Sin embargo, en Italia parece que nos llevan mucha ventaja: https://agroinformacion.com/italia-ya-tiene-la-mayor-red-mundial-de-venta-directa-de-agricultores-con-un-negocio-de-6000-millones-al-ano/



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Oleh

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