lunes, 1 de febrero de 2016

SEMANA VERDE 2016: ¿QUÉ ES LO QUE COME EL MUNDO?



Aquí os dejo la segunda entrega de la crónica de la presente edición de la Semana Verde, que tanto en fotos como en contenido ha quedado mucho más "sustanciosa".


Bodegón de familia con la compra de la semana


Como ya os comenté, la ausencia de Rusia dejó muchos espacios libres en la feria.  En uno de ellos había una exhibición de fotografías que enseguida me llamó la atención: familias de diversos países posando rodeados de toda la comida que consumen a lo largo de una semana. Las imágenes iban acompañadas por diversos datos estadísticos que las complementaban: presupuesto semanal en comida (de 0,8€ en Chad a los 375€ de Alemania), porcentaje de alimentos despilfarrados, porcentajes de población obesa o que pasa hambre, etc.

Las fotos formaban parte de una exposición ofrecida por el Ministerio de Cooperación alemán basado en el proyecto "Hungry Planet: What the World Eats" ("Planeta hambriento: Lo que come el mundo"). Se trata de un libro, obra del fotógrafo Peter Menzel y la escritora Faith D’Aluisio, que muestra cómo se alimentan 30 familias en 24 países de todos los continentes; una detallada investigación sobre lo que come la gente alrededor del mundo, acompañada por unas fotografías que dan mucho que pensar. Os recomiendo que miréis las fotos, pinchando en la página de Peter Menzel, no tienen desperdicio.

En esta foto de una familia estadounidense se pueden contar con los dedos de la mano los alimentos frescos. Fuente de todas las fotos:El aderezo (imposible compartirlas desde la fuente original).


En esta foto de una familia en un campo de refugiados en Chad prácticamente se pueden contar con los dedos todos los alimentos disponibles.


La dieta de la familia mexicana estaría muy bien si no fuera por las doce, si doce, botellas de refrescos que aparecen al fondo. Y es que en México tienen un problema importante con las enfermedades derivadas de su consumo excesivo.


Estas imágenes muestran claramente cómo a mayor "desarrollo" mayor cantidad de alimento y más proporción de estos procesados/empaquetados. Incluso, si me apuras, es significativa la proporción entre alimentos de origen vegetal (verduras, frutas, legumbres, cereales) y de origen animal (carne y pescado).

Lo gracioso del tema es que, de alguna manera, algunas de las impresiones que pude sacar viendo las fotos también están presentes en la feria, como ya comenté el año pasado al comparar los stand de Estados Unidos y Uzbequistan.


El campo y la ciudad: ¿condenados a vivir de espaldas?


Y estaba yo el sábado por la mañana, entretenida en buscar explicaciones y teorías a lo que veía en esas fotos cuando me acordé que justo en ese momento en otro lugar de la feria (bastante apartado) estaban teniendo lugar las discusiones del Octavo Foro Global para la Alimentación y la Agricultura, con un lema muy interesante: "Cómo alimentar nuestras ciudades: agricultura y áreas rurales en la era de la urbanización".


Y es que cerca de la mitad de la población mundial vive ya en áreas urbanas y según las previsiones de las Naciones Unidas, para el 2050 la proporción subirá al 70%. Esas personas necesitarán alojamiento, agua, energía, educación, servicios sanitarios, empleo...y comer a diario, pero ¿cómo se podrá asegurar el suministro de comida suficiente, adecuada y segura?, y ¿qué papel jugarán la agricultura y las zonas rurales en este nuevo escenario?.


A mí, la pregunta que me surge es: tanto ahora como en el futuro hay que alimentar a todo el mundo, pero...¿en base a qué modelo alimentario?.


Hay ciudades, especialmente en países en desarrollo, que se enfrentan con dificultades para asegurar un acceso regular y adecuado a todos sus habitantes, problema que se agudizará según vaya aumentando el número de personas que llegan a la ciudades huyendo del hambre, aunque realmente la traen consigo. Hay sin embargo otros países en los que el problema es justo el contrario, la obesidad, en parte por la superabundancia de alimento y porque aunque suele existir una oferta saludable y suficiente, esta no siempre se escoge por diversos motivos.


Centrándonos en nuestro entorno, el gran problema que le veo a las ciudades es que, además de imponer un estilo de vida que ayuda poco a llevar una vida saludable, provoca a una especie de "desconexión" total de sus habitantes con el campo. Me explico:

A menudo veo las ciudades como un ente bulímico: día tras día llega comida procedente de campos y mares para abastecer mercados y grandes superficies. Una parte se consume, pero un porcentaje importante se desperdicia, como ya conté en esta entrada


Otra serie de imágenes muy sugerente la encontré en este concurso de caricaturas expuesto en la feria.  "Schnäppchen" de Marlen Hacker. Fuente: http://www.ovid-verband.de/wettbewerb/

Esa gran demanda diaria de alimento no se podría satisfacer sin recurrir a sistemas de producción intensivos, algo que recordó el mismo ministro de agricultura alemán, Christian Schmidt. Para muestra, un botón: en la tercera semana de enero, pasaron por Mercamadrid casi dos millones de kilos de carne fresca (canales de cerdo, pollo, vacuno y ovino) y todavía habría que añadir la carne procesada.  


El modelo de alimentación que llevamos en países desarrollados implica que los alimentos : tienen que estar disponibles durante todo el año, suelen sufrir un almacenamiento o transporte durante periodos de tiempo variables, y están sujetos a criterios de calidad sanitarios y estéticos. Así, una cadena importante de supermercados puede rechazar por ejemplo una partida de tomates porque superen aunque sea por milésimas un umbral de pesticidas que ellos mismos han fijado (normalmente más exigente aún que los estándares oficiales) o que no superen el calibre o el aspecto perfecto requeridos para ser comercializados. Del sabor directamente nos olvidamos, se perdió en el camino.


La consecuencia es evidente: los habitantes de las ciudades tienen una percepción irreal de cómo se producen los alimentos, y de lo que cuesta producirlos. Esa falta de información por una parte origina los mitos alimentarios muy difíciles de combatir y por otra lleva a exigirle a los alimentos abundancia, salubridad, sabor, perfección y bajo precio, todo a la vez pero sin estar dispuestos a salir del modelo alimentario actual.

A menudo, una imagen vale más que mil palabras. Esta fue la ganadora del concurso de caricaturas.

Y mientras, esa misma mañana de sábado, como todos los años coincidiendo con la Semana Verde,  una manifestación recorría las calles de Berlín en favor de la producción ecológica como alternativa a la producción intensiva. Producción que la gente asocia habitualmente con el uso excesivo de fertilizantes químicos y de pesticidas, trato inhumano a los animales de las granjas industriales, el uso excesivo de antibióticos y de pienso con OGM.

Mein preis = mi precio. Fuente: Jane Craigie (Thank you!!!).

Me hizo gracia pensar que lo que se discute en esas reuniones de ministros y en paneles de expertos (cuyas conclusiones, al parecer, se exponen en las reuniones del G20 y G8), las distintas realidades geoeconómicas y geopolíticas de los países y lo que pide la gente de la calle, van por caminos completamente distintos y cada vez más divergentes. 

Fuente: Jane Craigie.
 
Pero conviene ser positivo y quedarse con las buenas ideas. Una de las opciones que se contemplaron en el Foro fue la reverdización de la ciudad y el desarrollo de canales cortos de comercialización que den posibilidades de negocio a los habitantes del campo, particularmente a los más cercanos a las ciudades. En este punto, apostar por una agricultura y ganadería a pequeña escala, ecológica o no, cercana a los entornos urbanos me parece una solución muy interesante: el ciudadano medio podrá descubrir lo que cuesta cultivar y mantener lechugas durante todo el año, por ejemplo, pero también descubrirá su verdadero sabor, algo más amargo de lo acostumbrado, y lo mismo hasta se le hace "raro". 

Huerto urbano en Hortaleza. Los huertos urbanos posiblemente no solucionen el hambre de alimentos, pero si ayuden a saciar la necesidad de contacto con esa imprevisible naturaleza que nos da de comer (y con otras personas, añadiría).   



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Oleh

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