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martes, 2 de junio de 2020

LAS MUCHAS MANOS QUE NOS DAN DE COMER

Esta pandemia de COVID-19 nos ha puesto la vida patas arriba. Lo de hacernos mejores personas está por ver, pero espero que nos mueva a reflexionar y replantearnos qué cosas y qué personas son realmente importantes para nosotros y en nuestra vida.

Por un lado están la familia y los amigos, a los que estamos deseando abrazar. Y por otro, todos los profesionales necesarios para que funcione un país bajo mínimos, en esta especie de hibernación que ha supuesto el confinamiento. Al tratarse de una enfermedad el primer colectivo que nos viene a la cabeza es, lógicamente, el personal sanitario. Pero en la primera etapa, cuando teníamos la sensación de estar viviendo en una película de catástrofes, también nos dimos cuenta de lo imprescindible que resulta el trabajo de transportistas, cajeros y reponedores de supermercados, limpiadores, etc. Y cómo no, de los responsables últimos de tener alimentos a nuestra disposición en cantidad y calidad suficientes: los agricultores y ganaderos.

Fuente: Imagen de Deirdre Weedon en Pixabay

Pero a veces se nos olvida que "los agricultores que nos dan de comer" no son solo unos señores arando o sembrando con un tractor. Hay cultivos que necesitan muchas manos para ser cuidados y recogidos; las explotaciones son cada vez más grandes y es imposible que una sola persona pueda encargarse de todo. Hacen falta muchas manos, muchos brazos y muchas espaldas dobladas.

Con la ganadería ocurre algo similar, ya que los animales también dan mucho trabajo. El esquileo, por ejemplo, es una dura tarea que requiere técnica y aprendizaje. Actualmente suelen realizarlo cuadrillas de esquiladores venidos de Europa del Este, aunque este año han tenido que traerlos "in extremis" de Uruguay. Fuente: Oviespaña

¿Y de quién son las manos que hacen ese duro trabajo, menos reconocido aún que el del propio agricultor?. Porque a él le ponemos nombre y nos hacemos una idea de su aspecto; pero los temporeros que trabajan "doblando el lomo", helados de frio durante la recogida de aceituna, asfixiados de calor dentro del invernadero, recogiendo la fresa o cargando, una tras otra, pesadas cajas de fruta, son prácticamente invisibles. Otro colectivo que se suma a los profesionales habitualmente mal (o muy mal) pagados pero imprescindibles en nuestro día a día.


Temporeros recogiendo fresa en un vivero en Huelva. Fuente: Efeagro/J.J.Ríos


Una mano de obra que, en parte, viene de otros países.

Los datos no mienten: el sector agrario español da empleo a aproximadamente 300.000 trabajadores temporales, de los que en torno a la mitad son extranjeros. Los países de origen son variados: Marruecos, África Subsahariana y Europa del Este (principalmente Rumanía y Bulgaria).

La Covid 19 ha supuesto el cierre de fronteras y restricciones a los desplazamientos de trabajadores. Esto ha complicado, o directamente impedido, a los temporeros venir a realizar unas tareas agrícolas que los propios del lugar, seamos honestos, o no están preparados o no tienen especial intención de hacerlas.

Esta situación no es nueva y suele suponer un baño de realidad frente a las políticas anti-migración de determinados gobernantes. En Gran Bretaña, por ejemplo, han hecho el llamamiento "Alimenta al país", con el objetivo de reclutar a estudiantes y parados para hacer el trabajo que normalmente realizan 90.000 temporeros procedentes de Europa del Este. Se han apuntado unas 30.000 personas, la mayoría no aptas ya que, para recoger por ejemplo espárragos o fresas es necesaria mano de obra especializada. Así que, al final las grandes cadenas agroalimentarias se han organizado para conseguir mano de obra y fletar varios aviones procedentes de Rumanía.

Según cuenta la periodista agraria Jane Craigie, uno de los problemas es que los trabajadores procedentes de otros sectores no tienen la destreza y rapidez manual de los temporeros habituales. Esto supone un lastre económico, ya que encarece la labor de recogida hasta hacerla incluso poco competitiva...al menos el problema es común en muchos países.



Algunas labores agrícolas requieren de mano de obra humana, ya que por sus características resultan muy difíciles (y caras) de mecanizar. Un ejemplo es la recolección de fruta de hueso. Fuente: Revista Mercados.


La respuesta del Gobierno y la tozuda realidad

En España se estimó que para la campaña de 2020 serán necesarios entre 100.000 y 150.000 trabajadores. Dadas las restricciones al movimiento de trabajadores extranjeros que impone la pandemia, el gobierno aprobó a principios de abril un Real Decreto Ley con medidas urgentes de flexibilización en materia de empleo agrario que busca favorecer la contratación temporal de trabajadores dentro del país. De esta manera se podrían asegurar las campañas agrícolas, evitar pérdidas económicas, complicaciones en la cadena alimentaria o que la reducción de la oferta encarezca el producto.

Estas medidas no se dirigen a las personas que han quedado en paro como consecuencia de la Covid-19, sino a los parados de diversos sectores previos a la pandemia que podrán, de forma extraordinaria, trabajar en el campo mientras están cobrando el paro. Esta posibilidad también se abre a migrantes: a los jóvenes de entre 18 y 21 años en situación regular y a aquellos cuyo permiso de trabajo termine el 30 de septiembre (se ha tenido que prorrogar el plazo). Eso sí, todos los beneficiarios tienen que vivir cerca del lugar de trabajo, para limitar los desplazamientos que favorecen la dispersión del virus. Para agilizar el reclutamiento, varias organizaciones agrarias han creado bolsas de trabajo en coordinación con los servicios los servicios autonómicos de empleo y del Servicio Público de Empleo Estatal (SEPE).

La norma fue bien recibida por los distintos agentes del medio agrario, relativamente tranquilos porque al comienzo de las restricciones no había problemas de mano de obra, gracias por una parte a los trabajadores locales y a los parados de otros sectores y por otra parte a la menor producción en determinadas campañas agrícolas. Pero advirtieron que a partir de mayo podría haber problemas, con el pico de producción de los frutales de hueso, la campaña del ajo y de melones y sandías por delante. Porque, por muy buenas intenciones que tenga la normativa, a menudo la realidad pone las cosas en su sitio. Hay dos inconvenientes principales a la puesta en práctica de estas medidas que van solventándose poco a poco, en parte por la entrada de muchas regiones fases avanzadas de la "desescalada".

El primero es la disposición o la capacidad de las personas que se presentan a estas bolsas de trabajo:¿son conscientes los aspirantes a trabajos agrarios lo que supone trabajar en el campo?, ¿están preparados para ello?, ¿cuánto tardarán en adaptarse y rendir como un temporero habitual? La Unió de Pagesos, por ejemplo, ha calculado que Cataluña necesitará unos 30.000 temporeros y prevén que puedan contratar a la mitad de las 12.000 personas que se han apuntado a la bolsa de empleo. La otra mitad o no cumple los requisitos o no se les puede dar alojamiento debido al cierre de hoteles.

El trabajo en el campo es realmente duro. Fuente. La Vanguardia.


Y ahí va el segundo problema: la limitación de movimientos de estas personas. Con los parados locales no habría problema, pero teóricamente están todos fichados. Los parados de otros sectores y zonas tendrán que desplazarse desde otras localidades, provincias o incluso comunidades autónomas. Suma las restricciones a la hora de transportar los temporeros al tajo (que afortunadamente se han ido relajando) al jaleo de provincias, regiones y ciudades en distintas fases de la desescalada y ya tienes otro quebradero de cabeza más. Si además hablamos de temporadas de recolección que duren, por ejemplo, un mes, a la que acuden trabajadores de ciudades más o menos lejanas, ¿los transportas todos los días o los alojas en algún lugar cercano?, ¿dónde, si todavía hay hoteles y hostales cerrados?, ¿en qué condiciones higiénico sanitarias se alojarán estas personas?, ¿y si se contagian durante la campaña?. Muchas preguntas para una situación demasiado incierta.

Surgió entonces una posibilidad, ¿por qué no comenzar por personas en situación irregular?. Se estima que en España puede haber unas 800.000 y, al fin y al cabo, muchos de ellos ya (mal)viven cerca de donde pueden trabajar, están más que acostumbrados al trabajo duro e incluso es muy posible que tengan experiencia en estas labores. Por no hablar de que podría suponerles una mayor protección sanitaria y la posibilidad de cierto arraigo. En este sentido los sindicatos generalistas UGT y CCOO y algunos representantes de sindicatos agrarios y empresas en zonas fruteras ha lamentado la oportunidad perdida para regularizar -aún temporalmente- a los miles de “sin papeles”, como han hecho Portugal e Italia de manera excepcional. Otro reto sería lograr que estas personas reciban el mismo trato y atención que los temporeros locales.

Casi dos meses después de la aprobación del decreto, han sido contratadas 2.090 personas en el sector agrario. La mayoría (73%) parados españoles y el resto (casi 600 personas) son temporeros inmigrantes a los que se les han prorrogado sus contratos y los jóvenes en situación regular.

A pesar de que esta cifra supone una pequeñísima fracción del total de empleados que el propio Ministerio de agricultura calculaba al inicio de la pandemia (hasta 80.000 temporeros) - y mucho más pequeña aún que lo que calculaban algunas asociaciones agrarias (150.000) desde el Gobierno parece que están tranquilos. Algunos empresarios catalanes, al igual que sus homólogos británicos, previendo el pico del verano en fruta de hueso y aprovechando que se ha flexibilizado la entrada de temporeros extranjeros, han decidido gestionar por su cuenta la llegada de trabajadores rumanos para esta campaña, y no a cualquiera, sino a personas con experiencia y antigüedad en sus empresas.


Unas inoportunas declaraciones políticas

Por si no tuvieran suficiente preocupación los agricultores, desde el Ministerio de Trabajo se anunció un refuerzo en las inspecciones laborales en empresas agrarias para acabar con situaciones de esclavitud. Que hay inmigrantes en situación irregular  trabajando en el campo español no es ninguna novedad, que haya desalmados que los traten de manera inhumana desgraciadamente también ocurre. Pero acusar públicamente a todo un colectivo, generalizando con un tema tan delicado, no es de recibo. Casi nadie discute que es necesario tomar medidas serias y efectivas para controlar a los que no cumplen con la legislación porque, entre otras cosas, ejercen una competencia desleal, pero claramente han errado en el momento y en las formas.

Estamos hablando de un sector que hace poco más de dos meses sacó los tractores a las ciudades, que con la pandemia volvió al campo para asegurar el suministro y que según esta va amainando vuelve a denunciar la situación que les hizo manifestarse. Estamos hablando también de un sector importante en la economía española, por sus exportaciones a la Unión Europea y más allá. Que el propio Estado insinúe o directamente afirme que existe esclavitud en la producción de alimentos es un regalo caído del cielo a las entidades y medios de comunicación de otros países que (legítimamente e igual que hacemos nosotros) buscan proteger sus producciones patrias.


Muchos agricultores saltaron a las noticias por acudir con sus tractores y equipos de fumigación para desinfectar las calles de los pueblos con lejía. Fuente.


En resumen

Una de las paradojas que ha puesto sobre la mesa esta pandemia de Covid-19 es que nuestra seguridad y nuestro bienestar dependen de que mucha gente normal, tan normal que acaba volviéndose invisible, siga saliendo a trabajar aunque nadie les asegure nada.

En el mundo agroalimentario esto se traduce en todos esos temporeros experimentados cuyo incesante trabajo contribuye en parte al funcionamiento la cadena de abastecimiento. Un ejemplo similar lo tenemos en los trabajadores de mataderos, industrias con unas particularidades de funcionamiento, tanto técnicas como laborales, que han propiciado la aparición de brotes de covid-19 en diversos países hasta el punto de suponer una amenaza al suministro de productos cárnicos en supermercados estadounidenses. No es solo cuestión de justicia es que además, si la cadena alimentaria se mantiene en movimiento gracias al trabajo de mucha gente capaz de trabajar muy duro pero a la vez tremendamente vulnerable (por malas condiciones de trabajo, sueldos bajos y fronteras cerradas) todo el sistema alimentario es vulnerable. Frente a problemas como este, como dicen los sabios, no hay que preocuparse, hay que ocuparse. Pero usando la cabeza a ser posible.




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martes, 19 de noviembre de 2019

LA LEY DE LA CADENA ALIMENTARIA EXPLICADA CON EL CUENTO DE LA LECHERA

Seguro que muchos lectores conocen cuentos infantiles, en los que aparece un agricultor, mejor dicho un "campesino", que cultiva el campo o cuida a sus animales, obtiene su cosecha o sus productos, y va al mercado a venderlos. Y, mal que bien, vive de ello.

La fábula de la lechera de Samaniego, es un ejemplo estupendo, seguro que lo conocéis. Se trata de una campesina que va a vender leche al mercado, y en el camino va pensando qué hará con el dinero que obtenga: comprará huevos que se transformarán en pollitos, los venderá y con el dinero que saque comprará un cerdo que engordará para venderlo y comprarse una vaca y un ternero. Se emociona tanto con su optimista plan de inversión - los moralistas lo llaman ambición - que al ponerse a brincar se le cae el cántaro, que se hace añicos al igual que sus sueños. 


 

Pues bien, me ha dado por pensar cómo sería el cuento de la lechera en la actualidad. Y me temo que se parece bien poco al de Samaniego. Cierto es que para producir hay que arriesgarse, invertir, gastar dinero para luego obtener un beneficio, de esto saben bien los agricultores y ganaderos actuales: semillas, abono, maquinaria, productos fitosanitarios, agua, pienso, veterinario...La diferencia con el cuento, es que como el beneficio que sacan a cada cántara de leche (kilo de trigo, tomates o lo que se te ocurra) es muy pequeño, tienen que producir grandes cantidades para poder vivir de ello, lo cual es arriesgado ya que para producir mucho también hay que invertir mucho. Con poquito que bajen los ingresos, como los gastos son los mismos (en el mejor de los casos), la rentabilidad desaparece.
 

Volvamos al cuento. Pongamos que la lechera, con todos sus sueños llega al mercado y se acerca a su único cliente, ese que le espera todos los días para comprarle toda su mercancía. Al dueño del puesto le va muy bien el negocio, así que como se le han subido los humos a la cabeza le plantea lo siguiente a la lechera:

 —"A partir de ahora yo recogeré la leche todos los días, como siempre, pero te pagaré cuando considere". 


— "peero, ¿y cuándo será eso?"


—"Pues en dos, tres meses, no se...cuando me venga bien"


—"Eso para mí es un inconveniente, mi vaca tiene que comer pienso todos los días y si no cobro no podré comprárselo, ¿me pagarás más entonces para compensar ese esfuerzo?"


—"jajaja, ¡qué va!. Esa leche luego se la vendo al de la posada, y en función de lo que me pague el, ya veré a cuánto te la pago a ti".


—"¿Pero me garantizas que me vas a comprar la leche que te traiga? Porque si encima de endeudarme con el que me trae el pienso, luego no voy a cobrar...Por lo menos un contrato de permanencia o algo".  


—"Bueno, si quieres..., pero lo cumpliré cuando me apetezca".


 — "Entonces, estoy vendida", dice la lechera. A lo que el comprador le contesta, "Es lo que hay. Si no te gustan mis condiciones, búscate a otro (si es que puedes, jejeje; esto lo dice en voz muy bajita)". "Y date prisa, añade, porque tengo gente al otro lado de la frontera dispuesta a venderme su leche más barata".


— "¿Te refieres a los del reino de Másur? .¡ Pero si ellos no producen la leche como dice nuestro rey que ha de hacerse !, a mi me cuesta mucho hacerlo según las normas, ¡no es justo!" replicó la lechera cada vez más indignada.
 

—"Ya. Pero el rey quiere establecer alianzas con los vecinos, hasta piensa casar a su hija con el heredero, así que ha pensado en hacer unas cuantas excepciones a sus propias normas para favorecerles. A mí me viene estupendamente, ¿para qué te voy a engañar?".—"Así que, esto es lo que hay, lo tomas o lo dejas", zanjó el dueño del puesto.
 

La lechera, muy enfadada se dio la vuelta murmurando, —"brrrrr, en buena hora no hice caso a mi madre, tú que eres joven y bella hazte cortesana, me decía...¿estaré a tiempo de cambiar?".
 

Esta situación, que puede recordar al típico cuento con villanos malos malísimos y gente humilde pero buena luchando por sobrevivir, en ocasiones se replica hoy en día en las relaciones entre agricultores y ganaderos, industria y distribución. Sin que los consumidores nos enteremos de nada; nosotros con comprar bueno, bonito y barato ya tenemos de sobra.

Para evitarlo surgió la Ley de la Cadena Alimentaria (llamada oficialmente Ley 12/2013 de medidas para mejorar el funcionamiento de la cadena alimentaria), con el noble objetivo de reducir el desequilibrio en las relaciones comerciales entre los diferentes “operadores” (la lechera, el dueño del puesto y el de la posada, en nuestro caso), sancionar las prácticas comerciales abusivas, y ya que estamos, poner un poco de orden en el patio.
 

Es una ley "de buen rollo" que establece un modelo mixto de actuación. Por una parte establece lo que debe hacerse y lo que está prohibido: obliga a formalizar un contrato, a cumplirlo por ambas partes lógicamente, a pagar en un plazo determinado, a asegurar que cuando se celebración subastas electrónicas, estas sean transparentes, y unas cuantas cosas más; salvo la venta a pérdidas, algo incomprensible para varias organizaciones agrarias. Para asegurar el cumplimento de estas normas establece un régimen sancionador (es decir, multas por portarse mal) y lo que es más importante crea la figura de organismo público encargado de vigilar y aplicar su cumplimiento, que es la Agencia de Información y Control Alimentarios (AICA). Por si esta agencia no llegara a todo, no pasa nada, la ley prevé mecanismos de autorregulación, en forma de un Código de Buenas Prácticas Mercantiles (u otros que surjan) y un Observatorio de la Cadena Alimentaria.

Pero como una cosa es hacer las leyes y otra es lograr que efectivamente se cumplan, hoy mismo tenemos a los agricultores del sector hortofrutícola andaluz en huelga por razones similares a las que hicieron a mi lechera imaginaria replantearse su profesión.



Tomate cherry creciendo en un invernadero almeriense


Así que, colorín colorado, esta fábula parece que no se ha acabado.

 

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