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lunes, 26 de septiembre de 2022

MANERAS DE APOSTAR POR LA PRODUCCIÓN ECOLÓGICA: DINAMARCA VS SRI LANKA

Este verano he tenido la suerte de conocer aspectos de la agricultura y ganadería danesas durante el congreso anual de periodistas agroalimentarios (IFAJ) y una de las cosas que más me ha llamado la atención es la decidida apuesta por la producción ecológica que ha hecho este país. 

 

 

Iba a escribir una crónica al uso, pero me topé con este texto sobre la debacle sufrida por Sri Lanka una vez sus autoridades decidieron pasarse a este tipo de producción. Y me pareció curioso comparar ambas situaciones. Muchos diréis, con razón, que es una comparación fácil e injusta, de primer contra tercer mundo, de naciones científicamente desarrolladas contra otras que quizás no lo están tanto, etc. Pero también me parece injusto que se critique la producción ecológica en su conjunto, solo porque los dirigentes de un país optaran por ella de una manera tan rematadamente absurda. Mi intención es, simplemente, identificar lo que funciona y lo que no.
 

¿Qué ocurrió en Sri Lanka?


Lo primero de todo es daros contexto, y para ello, voy a resumir lo que cuenta este artículo. Por si alguien no se ha enterado, resulta que este invierno Sri Lanka tuvo que parar su apuesta  para convertir toda su producción agrícola a ecológica, debido a la crisis económica y humanitaria que estaba atravesando el país.

 

Primero, pongámonos en situación. En Sri Lanka la agricultura y la alimentación constituyen una parte bastante importante de los ingresos y del empleo: el 25% de la mano de obra del país (unos dos millones de personas) se dedica al sector agrícola y sus pequeños agricultores son los responsables de alrededor del 80% del suministro nacional de alimentos. El principal es el arroz y hasta hace nada eran más que autosuficientes, principalmente gracias a la Revolución Verde.
 

Campo de arroz en Sri Lanka. Imagen de Imagen de vined mind en Pixabay

Por si en su momento no estudiasteis este pequeño pero importante (por todo lo que ha significado) episodio de la historia contemporánea os lo resumo: la Revolución Verde fue una iniciativa mundial para aliviar la desnutrición en las naciones en desarrollo que se puso en marcha en la década de 1960. Básicamente se trataba de impulsar la producción agrícola utilizando variedades muy mejoradas de los cultivos tradicionales. Para que estas variedades mostraran todo su potencial era necesario recurrir a técnicas de cultivo modernas para la época: utilización de fertilizantes sintéticos y productos fitosanitarios (el famoso DDT es de esta época) junto con la mecanización de las labores agrícolas.
 

Teniendo en cuenta que la mayoría de esos pequeños agricultores esrilanqueses (ceilandeses también vale) no podían permitirse comprar los fertilizantes químicos, el estado tenía que subvencionarlos hasta casi el 90%. Pero como Sri Lanka no produce fertilizantes químicos pues tiene que comprarlos fuera, ¿y quién subvenciona al país? Exacto, prácticamente nadie. Préstamos, los que quisieran. Y mientras pudieran tirar adelante de esta manera, ningún político se atrevía a cortar por lo sano.
 

Los resultados de la Revolución Verde fueron evidentes: los rendimientos agrícolas aumentaron sustancialmente (y por tanto el nivel de seguridad alimentaria) y las exportaciones de té y caucho permitían equilibrar algo la balanza comercial. Pero tiempo después algo oscureció este éxito. A mediados de los 90, muchos agricultores del norte de la isla comenzaron a sufrir la Enfermedad Renal Crónica de Origen Desconocido (CKDU en inglés), una epidemia que ha surgido en varias partes del mundo. De momento no hay evidencias que apoyen al 100% la hipótesis de que los fertilizantes o los plaguicidas son los responsables, más bien se cree que es una enfermedad ocupacional en la que pudieran influir también otros muchos factores (un trabajo muy intenso en condiciones de calor extremo entre otras). Pero una vez la sociedad encontró al culpable perfecto y empezó a ganar adeptos la idea de una agricultura "más sostenible". Esta idea formaba parte de los postulados de un movimiento de la sociedad civil, que apoyó como candidato al futuro causante del desastre, el expresidente de Sri Lanka, Gotabaya Rajapaksa. Gotabaya, en consecuencia prometió hacer la transición a la agricultura ecológica durante un período de 10 años durante su campaña electoral de 2019.

 

En estas llega la pandemia primero y la invasión de Ucrania después. Sin ingresos por el turismo, con más gastos por causados por el Covid y el encarecimiento de los fertilizantes, la cosa se pone bastante fea. Rajapaksa gana las elecciones y, contrariamente a lo que suelen hacer los políticos, se da prisa en cumplir su promesa, demasiada prisa: impone una prohibición a nivel nacional sobre la importación y el uso de fertilizantes y plaguicidas sintéticos. Esto implicaría que los 2 millones de agricultores del país tendrían que volverse ecológicos de la noche a la mañana. En su cabeza debió parecerle una idea fabulosa ya que le permitía matar dos pájaros de un tiro: mejoraba la balanza económica exterior y al mismo tiempo recortaba un gasto tremendo en subsidios. ¿Porqué esperar 10 años cuando podían hacerlo ya? Por si fuera poco, nuestro protagonista tenía algunos "asesores" dándole la turra con el tema sin parar, que posiblemente irían vendiendo la burra de que exportando productos ecológicos podría ingresar más dinero en las arcas, cuidando además la salud de sus conciudadanos, ¿qué podía salir mal?.


La agricultura ecológica no es algo completamente nuevo en Sri Lanka. Hay cultivadores de té por ejemplo que llevan años haciéndolo, pero a pequeña escala y llegando a un nicho de mercado muy pequeño. Imagen de jürgen Scheffler en Pixabay 

Imagino a los agrónomos de Sri Lanka y de medio mundo llevándose las manos a la cabeza e intentando advertir a quien les escuchara que los rendimientos agrícolas caerían sustancialmente. Pero nadie, al menos nadie con poder, hizo caso a los expertos. La experiencia en Bután demostraba que el paso a una producción 100% orgánica, incluso con años de planificación, era inviable. Sri Lanka es una pequeña isla que no puede producir suficiente fertilizante por sí mismo. No disponen de tierras suficientes como para albergar los animales que deberían generar el estiércol suficiente como para subsanar el déficit de abonos químicos, y tampoco quedarían suficientes tierras cultivables como para compensar la menor producción que caracteriza a la agricultura ecológica. Obviamente, el país tampoco disponía ni de normativa reguladora ni de personal capacitado para montar desde cero todo un sistema funcional de producción ecológica: aquel que establece qué se puede utilizar, qué prácticas están permitidas y cuáles no, cómo se inspecciona, cómo se certifica para exportar en condiciones; vamos, unos pequeños detallitos de nada...
 

Obviamente salió mal todo. Rematadamente mal. Vamos, que les salió el tiro por la culata: la producción nacional de arroz cayó un 20 % en los primeros seis meses. Sri Lanka, durante mucho tiempo autosuficiente, se vio obligada a importar arroz por valor de unos 450 millones de dólares. Esto aumentó aun más la ya disparada deuda exterior y subió el precio del cereal en el mercado interno, como ocurrió con otros productos básicos y el combustible. Siete meses después de que comenzara la prohibición, el gobierno de Sri Lanka tuvo que dar marcha atrás para permitir la importación de fertilizantes sintéticos sólo para los cultivos de exportación clave, como el caucho, el coco y el té, ya que son una fuente fundamental de divisas. Pero el daño ya estaba hecho, el colapso económico del país abrió la veda de las manifestaciones y el causante de todo este estropicio acabó huyendo por la puerta de atrás. Esperemos que el nuevo gobierno sea capaz de reconducir el desaguisado.
 

Recopilando, tenemos: una limitación evidente de espacio, dependencia sobre un factor productivo (abono), una situación de endeudamiento previa, una demanda social, intereses particulares en juego tanto políticos como económicos junto con ninguna disposición a contar con los expertos que pudieran contribuir a una transición realista a la producción ecológica. En definitiva, no fue la agricultura ecológica la que provocó el problema, sino una decisión muy mal tomada, en la que esta era la principal protagonista, que agravó aún mas una situación ya mala de por sí.
 

El modelo danés
 


 

Reconozco que, tras varios días viajando de un punto a otro del país, más de una vez me pregunté cómo se las apañan para que todo parezca tan bonito y perfecto, los daneses son tan eficientes, amables y hospitalarios... Las encuestas los sitúan como uno de los pueblos más felices del mundo, y según cuentan puede deberse a que básicamente no conocen la corrupción, tienen un alto nivel de confianza en las autoridades, en su sistema social, en sí mismos y los que le rodean. No cuento esto por pelotear, ya veréis por qué.
 

Vamos a poner en contexto ahora la agricultura danesa (que obviamente es difícilmente comparable a la de Sri Lanka). Es también un país pequeño, una península en su mayor parte y con una superficie algo menor que Sri Lanka (unos 20.000 km2 menos). Podría decirse que dos factores limitantes a su producción agraria son las horas de sol y la gran extensión que ocupan los suelos arenosos.
 

Hasta la Segunda Guerra Mundial, la agricultura danesa se caracterizaba por numerosas granjas, grandes y pequeñas, en las que se combinaban cerdos, vacas lecheras y cultivos. Una vez termina la contienda, gracias al famoso Plan Marshall llegaron a Europa alimentos, combustible y maquinaria que ayudaron a poner las bases de un desarrollo tecnológico que iniciaría una serie de cambios estructurales. Aquí también llegó la Revolución Verde y los rendimientos aumentaron significativamente gracias al uso de los fertilizantes y productos fitosanitarios. Y los agricultores y ganaderos también recibieron, y siguen haciéndolo, subvenciones, en forma de Política Agraria Común desde que el país pasó a formar parte de la Unión Europea. La PAC tiene sus cositas y no es en absoluto perfecta, pero ha supuesto un marco común para el sector agroalimentario, una orientación y una manera de trabajar que podríamos considerar seria, o al menos independiente de las veleidades de los políticos que gobiernan cada país. Otro aspecto a tener en cuenta es que, en el parlamento danés hay dos bloques principales, rojos y azules, pero,¡ oh envidia cochina!, hay una gran tradición de colaboración entre ambos.
 

¿Sabías que la capacidad productora de alimentos de Dinamarca les permitió eludir durante un tiempo las tremendas exigencias de los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial? Aquí puedes descubrir la historia.

Vayamos al grano. La preocupación sobre la sostenibilidad de su agricultura también terminó llegando al pueblo danés, de hecho lo hizo de una manera bastante temprana. En 1987, Dinamarca se convirtió en el primer país del mundo en introducir reglamentos para la producción orgánica, y lo hicieron basándose en la legislación agrícola y alimentaria que ya tenían. Junto con la normativa, el gobierno introdujo una gama de subsidios para motivar a los agricultores daneses a pasar a la agricultura ecológica.
 

Pero las leyes y el dinero, aun siendo importantes no lo son todo. Y aquí es donde entra la personalidad danesa: la cultura de colaboración entre empresas, universidad y autoridades ha proporcionado una base sólida para el crecimiento de la agricultura en general y la ecológica en particular. El sector agrícola ha tenido desde siempre sus propios servicios de asesoramiento para ayudar a los agricultores a implementar los nuevos conocimientos lo más rápido posible. Este servicio se prestaba desde las asociaciones locales de agricultores y desde 1971 se complementa con una entidad nacional denominada SEGES. Los agricultores y ganaderos, por su parte aportan su granito de arena cediendo parcelas o abriendo las puertas de sus establos para permitir el trabajo de los investigadores.
 

Un buen ejemplo de esta cultura colaborativa lo pude comprobar en la granja Haalgard, donde se está llevando a cabo un estudio comparativo sobre los efectos de la agricultura convencional, el no laboreo y la agricultura de conservación. Este estudio, realizado por Syngenta en colaboración con SEGES, pretende obtener más información sobre cómo diferentes sistemas agrícolas influyen en la salud del suelo. De esta manera se obtiene conocimiento científico, es decir datos concretos y demostrables, que permiten respaldar la transición gradual a una agricultura ecológica o al menos más sostenible, y sobre todo convenciendo a los propios agricultores.

¿Sabías que Dinamarca tiene la granja de leche ecológica más grande de todo el mundo y el principal matadero de cerdos ecológicos?
 

De la misma manera que el movimiento cooperativo ha desempeñado un papel importante en el desarrollo de la agricultura danesa desde 1882, también ha permitido el progreso de la producción ecológica hasta el punto de que hoy en día está completamente integrada en la industria alimentaria danesa. Habrá quien diga, con cierta razón, que al hacerse demasiado grande se pierde la esencia de lo ecológico. O que para lograr unos altos estándares de seguridad alimentaria, trazabilidad, calidad e incluso sustentabilidad ambiental hace falta trabajo y dinero. Y así es, pero también es la manera de abrir mercados y conseguir un alto valor añadido por tus productos. Así funcionan las cosas y esta parece ser la apuesta del sector agroalimentario danés.
 

¿Sabías que a pesar de su tamaño, Dinamarca es el país con mayor tasa de exportación de alimentos de toda la UE?.Su industria agroalimentaria gira en torno a las cooperativas, 45 son poquísimas en comparación con España, pero hay varias que son directamente grandes multinacionales de gran peso en la UE y el resto del mundo, sobre todo de leche y carne de porcino.
 

 

En esta granja ecológica las cerdas y sus lechones viven al aire libre en sistema de camping . Una especie de versión Lego de una dehesa española. Los cerdos los venden a una cooperativa - Friland - que los manda a su vez al mercado estadounidense donde se demanda una carne sin antibióticos y con altos estándares de bienestar animal.
 

¿Sabías que uno de cada tres huevos que se consumen en Dinamarca los ha puesto una gallina criada en ecológico?

 

Hemos hablado de exportar ecológico, algo que también sabemos hacer bien en España, pero ¿y el consumo interno?. Allí los productos ecológicos suponen un 13% de la compra de alimentos (principalmente huevos y verduras) frente al 2,48% de todo el gasto en productos alimentario ecológicos de los españoles en 2020 por ejemplo. El clima de Dinamarca es el que es y suele resultar inevitable importar ciertos productos. Eso sí, ecológicos (españoles) y de calidad a ser posible.
 
 

En la granja lechera ecológica Krogsminde comprobamos la importancia del factor tecnología. El estiércol está muy bien como abono e incluso como fuente de energía. Con suficiente ganado concentrado en un espacio y con la ayuda de un bioreactor (parcialmente subvencionado) es posible transformar el estiércol en energía y abono. Una nueva versión de una explotación de ciclo "casi cerrado" en la que los ingresos se reparten de la siguiente manera: 50 % cultivos, 35% energía, 15% vacas.
 

En conclusión
 

Es curioso como la producción agrícola llamémosla orgánica es importante para la población de países en extremos casi opuestos en cuanto a riqueza de sus habitantes. Por una parte tenemos los millones de agricultores en todo el mundo que hacen lo que pueden con lo que tienen, situándose en esa fina línea que separa la “agroecología” de la pura agricultura de subsistencia. En el otro extremo, tenemos a ese pequeño reducto que, por decisión propia, produce una cantidad limitada de alimentos mimados hasta el extremo, mas o menos con las mismas herramientas que los agricultores pobres, pero sabiendo que les pagarán casi lo que pidan. A veces, el "truco" no está en cómo produces sino dónde y para quien lo haces. Ah, y también cómo lo vendes.
 

Pero, ¿y qué ocurre con todos esos productores que se encuentran en medio de esos dos extremos y quieren vivir de producir alimentos de una manera distinta a la que se ha hecho durante los últimos 60 años? (o no les queda otra opción). Hemos hablado de Revolución Verde, de una clase política buena o mediocre, de economía, de opinión pública, de apuestas más o menos arriesgadas, de valorar el conocimiento...pero creo que el ejemplo danés nos aporta el concepto clave: colaboración. Una palabra que deberíamos grabarnos en la cabeza, e intentar aplicar en la medida de las posibilidades de cada uno. 




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Las ventajas de la colaboración entre universidad y sector privado en el ámbito agroalimentario no es ninguna novedad, ya os lo conté en estas dos entradas:
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martes, 26 de abril de 2022

LA GANADERÍA FAMILIAR, NADANDO A CONTRACORRIENTE

 Volvemos a la labor divulgativa sobre las cositas de ganadería con otro concepto importante, que también puede aplicarse perfectamente a la agricultura. Se trata de la ganadería familiar.
 

Todo esto viene a cuento del jaleo que se montó hace tiempo tras las declaraciones del ministro de consumo en las que enfrentaba a las macrogranjas y la ganadería industrial con la "ganadería extensiva, familiar y ecológica".

De las macrogranjas quiero ocuparme en una próxima entrada. Ahora voy a intentar explicar qué es eso de la ganadería familiar. Da igual que sea extensiva, intensiva, ecológica, convencional, grande o pequeña: hablamos de ganadería familiar cuando una explotación puede proporcionar por sí sola los recursos suficientes para mantener una familia en condiciones aceptables. 




 

En otras palabras, que una ganadería sea familiar no significa que obligatoriamente tenga que ser además extensiva, ecológica o ambas cosas a la vez. Hablamos de una empresa, de un miembro que cotiza al SETA o en el mejor de los casos una pyme. Que da trabajo, y por tanto sueldo, a uno o varios familiares y, si el tamaño o el volumen de negocio lo permite, a una o mas personas como asalariadas.

El tipo de gestión que se lleve a cabo en una explotación no debería estar relacionado con su titularidad, al menos hasta cierto punto. No es raro que una familia viva de una granja de pollos o de una vaquería, perfectamente intensivas según los criterios que ya apuntamos en esta entrada. Pero, reconozcámoslo, sí es bastante más raro encontrar grandes empresas que lleven a cabo una ganadería extensiva y ecológica, ya sea en una sola explotación o en varias.

Se podría hablar incluso de familias que disponen de grandes superficies dedicadas desde hace años a la ganadería extensiva (se me ocurre la Casa de Alba o ganaderías de toro bravo), habría que ver la implicación de sus miembros en el devenir de la explotación y la importancia de esta en sus ingresos. Pero, a pesar de que ocupen una superficie nada desdeñable en algunas zonas del país, dudo mucho que los partidarios de la ganadería familiar estén pensando precisamente en este modelo.
 

Y tiene sentido que sea así, porque estoy convencida de que el modelo de pequeño o mediano propietario de explotaciones ganaderas es el más efectivo a la hora de fijar población en el medio rural ya que suele estar más vinculados al territorio, en parte por motivos personales pero también por sentido práctico. Dado que las labores propias de una granja requieren ser atendidas a diario (incluidos fines de semana y fiestas de guardar en granjas mínimamente intensivas) o muy a menudo, lo más razonable es que el responsable de la granja y que los trabajan en ella vivan en el mismo municipio o sus alrededores.
 

Al ser el propietario el responsable de las decisiones, posiblemente el sentido práctico o motivos personales se impongan de nuevo a la economía de escala a la hora de establecer relaciones con proveedores y clientes (compra de piensos, veterinario, venta de estiércol, mecánicos...). Estas es mucho más probable que se hagan con gente de los alrededores, lo cual contribuye a fijar población en el medio rural. Estas relaciones también pueden darse, y ser igualmente o más productivas para la economía local, cuando el productor está adscrito a una cooperativa (cosa que solo puede hacer si es propietario o arrendatario de tierras), sobre todo si esta funciona adecuadamente. 


En el sector porcino español predomina el modelo de integración, que comprende el 75% de la producción. El resto queda para las cooperativas(15%) y el ganadero independiente (10%). Fuente: Editorial Agrícola
 

En este punto voy a aprovechar para hablar aquí de un concepto relacionado, que podría verse como un híbrido entre la ganadería familiar y la "empresarial": el modelo de integración. En el intervienen una empresa con el tamaño suficiente como para abarcar todas las fases de la industria cárnica, sobre todo en pollo y cerdo (si no os viene a la cabeza alguna que otra marca, e esta entrada aparecen) y el ganadero. En este modelo la empresa integradora es la propietaria de los animales y se encarga de proporcionar todos los insumos y servicios que estos necesitan para su crianza (pienso, medicamentos, servicios veterinarios, asesoramiento,etc.) y es la que asume el riesgo relacionado con el precio de los piensos y el destino de los animales (que pasarán a otras fases de la cadena de valor también controladas por la empresa integradora). Por su parte, el ganadero integrado básicamente pone las instalaciones y cuida de los animales. A le corresponde aportar la mano de obra, gestionar los purines y asumir otros costes de funcionamiento (energía, agua, recogida de cadáveres, costes medioambientales, reparación y mantenimiento, etc.). Esta relación se concreta a través de un contrato de integración, dónde se especifican las obligaciones de cada parte y la contraprestación que corresponde al ganadero integrado (normalmente un montante por cerdo engordado o salido a matadero).Las desventajas para el ganadero es que le toca invertir en instalaciones (que cuesta amortizar) y que de alguna manera le corresponde el "trabajo sucio". A cambio, la gran ventaja es que no tiene que preocuparse de vender su producción, simplemente dedicarse a producir.
 

Volviendo a la definición del comienzo, lo ideal sería que la ganadería familiar no sólo diera para mantener a una familia sino que ofrezca un futuro laboral a los descendientes. Aquí ya entran las expectativas personales; si se trata de un buen negocio, que da para vivir razonablemente bien y en el que ves perspectivas de futuro es mas probable que haya relevo generacional. Pero, desgraciadamente, la realidad parece que va en sentido contrario.
 

La mujer tiene un papel muy importante en la ganadería familiar desde muchos puntos de vista. Y no siempre resulta fácil desempeñarlo, como cuentan en la web de la que sale esta foto

Hoy en día, la ganadería familiar se enfrenta a los mismos problemas que afectan a todo tipo de productores - altos costes y precios- pero tiene menos medios para afrontarlos. Muy a menudo, para alcanzar un límite de rentabilidad mínimo es necesario hacer inversiones (que a menudo exige la normativa para poder crecer) que no todo el mundo puede acometer y que no tienen porqué garantizar el futuro de la explotación.
 

Las posibles soluciones a esta situación pasan por buscar la manera de dejar de ser pequeños, aunque sea desde un punto de vista colectivo, haciendo más real que nunca la aquello de que "la unión hace la fuerza". Asociarse a cooperativas, con otros ganaderos o con otras entidades con las que se compartan objetivos comunes es una opción muy recomendable.  Los hay que se buscan la vida y no se conforman con el lamento. Que buscan caminos no trillados, que investigan diversas vías para comercializar sus productos o que mantienen una nutrida agenda llena de posibles contactos con los que llegar a acuerdos. Luego falta que la suerte acompañe, pero ya lo dijo Virgilio hace la pera de años: la fortuna favorece a los audaces (Audentis Fortuna iuvat).
 

La trashumancia es punto y momento de unión entre ganaderos de extensivo. Siempre viene bien una ayudita y se pueden reclutar ayudantes entre familiares, amigos y personajes varios. En la foto sale el ganado de la ganadería "Las Albaidas", que tal como nos contó su dueño pasa por el extrarradio de Córdoba en parte gracias a acuerdos con el área de medio ambiente del ayuntamiento de esta ciudad. Fuente: A.J.González. / Diario Cordoba



 

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domingo, 18 de septiembre de 2016

EL PARAÍSO DE LOS TOMATES CHERRY


¿Te gustan los tomates cherry? Aunque no sean tu verdura favorita, seguro que más de uno has tomado, porque desde hace ya tiempo están en todos lados. Si te has preguntado alguna vez de dónde sale tantos tomates y tan coloridos estás de suerte, porque este verano tuvimos la ocasión de descubrirlo en nuestra visita a las instalaciones de la Cooperativa La Palma.

El origen. Esta cooperativa la fundaron agricultores del llano de Carchuna (Motril), pequeño pueblo de colonización agraria creado a finales de los años sesenta. Hoy en día en esta zona de la costa granadina el turismo convive con la agricultura de invernadero. Fuente.
 
Esta cooperativa está especializada en los tomates cherry, y dominan todos los formatos y colores (cherry bombilla p.e).  No en vano, es la mayor productora y comercializadora  especializada en tomates cherry del mundo y la 15ª mayor empresa hortofrutícola de España.


El destino final: a granel o envasados, hay tal variedad de tomates que resulta difícil contenerse y no coger unos pocos de cada uno.

Investigar y planificar, aspectos clave para hacerse un hueco en el mercado.

La mentalidad de "yo siembro lo que quiero y el consumidor me lo compra" hace tiempo que no lleva a ninguna parte. En La Palma son muy conscientes de la necesidad de adaptarse al consumidor, hasta tal punto que tanto la investigación e innovación como la relación con los mercados forman parte del funcionamiento diario de la cooperativa.

Gracias a esta mentalidad, La Palma factura nada menos que 120.000 millones de euros, de los cuales dedica dos de ellos a i+D, lo que supone un buen pellizco a los ingresos. Estos se van en mantener: fincas de experimentación, laboratorios, paneles de cata o expertos en marketing en diversos países.

Durante los picos de producción, que curiosamente se dan en navidad, la cooperativa llega a dar trabajo a casi 1.000 personas.
 
La investigación les permite obtener todos los años uno o dos productos nuevos para lanzar al mercado, de los que al menos uno suele tener éxito comercial. Gracias a ello poseen líneas de genética propia, como los tomates cherry atigrados, única en el mundo.

Del amplio catálogo de semillas propias de la cooperativa, los agricultores tienen que sembrar lo que los técnicos les dicen. Estos, en función de la demanda que prevén que pueda haber y basándose en lo que funcionó la temporada anterior deciden cuales serán las variedades a plantar para la siguiente temporada.

Así, a la hora de repartir los cultivos, los agricultores "premium" (los que tienen mejores resultados de calidad, productividad, etc.) tienen prioridad a la hora de escoger las variedades nuevas, si les interesa plantarlas. Si nadie muestra interés por probar variedades nuevas o por plantar otras menos atractivas, estas se reparten entre los agricultores mediante un sistema de cuotas.

Este modelo va más allá del típico de una cooperativa, comprar y vender en conjunto para obtener mejores precios. Aquí se trata de trabajar en conjunto para tener siempre un buen producto que vender. Al principio costó mucho convencer a los agricultores, pero ahora tienen este modelo bien asumido.


Dónde se cultivan los tomates

Los tomates cherry apenas necesitan agua o abono, pero si mucha luz que les ayude a fabricar los azúcares que le dan ese dulzor especial. Fuente: Cortesía de la Cooperativa La Palma.
 
En invierno, los tomates se cultivan en invernadero, donde se mantienen las temperaturas, diurnas y nocturnas, ideales para su crecimiento. El sol no es problema, ya que en esta esquinita de España las nubes no son precisamente abundantes.

Pero nosotros fuimos a visitar la planta en verano, cuando los invernaderos están vacios; con el calor sofocante que reina ahí dentro, imposible aguantar más de cinco minutos, como para cultivar nada. Pero los supermercados demandan cherries todo el año, ¿de dónde los sacan entonces? Muy sencillo, de huertos situados a unos 900 -1.000 m de altitud en la vecina Sierra Nevada. Allí crecen, disfrutando del fresquito de la noche (mínimas de 12ºC) y bajo la protección de mallas de sombreo, que protegen a los tomates de un sol directo que los quemaría pero dejan pasar la luminosidad del entorno.

Cuando se acerca el momento de la cosecha, el agricultor avisa con antelación a los técnicos y les dice cuándo cree que podrá realizarla y qué cantidad aproximada de tomates cree que  va a obtener. Esta información le sirve a los comerciales para vender el producto antes incluso de que llegue a la planta de envasado.


La llegada a la planta

Una vez se recibe el tomate se le hace un control de calidad, a ser posible con el agricultor presente. Actualmente se miden hasta los grados brix de los frutos. Esta medida nos indica el porcentaje de sólidos solubles presentes, que en frutas se traduce en la cantidad de azúcar  en forma de sacarosa.

Antes de entrar en la cámara frigorífica se lavan todos los tomates, salvo los cherry en rama ya que es inevitable que algunos frutos se suelten de las ramas, y lógicamente nadie compra racimos incompletos.


La cámara de frío

Esta cámara viene a ser como la gran sala de espera de una estación o un aeropuerto, con el aire acondicionado puesto "a tope", donde los tomates esperan bien fresquitos a tomar el camión que les lleve a su destino. Pero no es una simple cámara frigorífica, está completamente automatizada y controlada por ordenador, de manera que permite conocer en todo momento el género que hay almacenado y dónde está cada variedad, ahorrando tiempo, trabajo y resfriados al responsable de la cámara.

En esta especie de nevera gigante los tomates pasan como máximo 36 h.

La selección: tu si, tu si, tu no...

A mí me parecen todos comestibles, la verdad.
Antes de emprender el viaje a su destino, hay que "poner guapos" a los tomates. No se les pone lazo, evidentemente, con colocarlos en bonitos envases que entren por los ojos del consumidor suele ser suficiente.

Pero antes de envasar, los tomates pasan por un proceso de selección para eliminar a los que no cumplan con los estándares de calidad. La selección puede hacerse manualmente o mediante cámaras ópticas.

Selección manual: en la esquina puede observarse un detector que forma parte del sistema automático de trazabilidad, que registra cada caja y permite almacenar cada detalle de la vida de los tomates: la finca de la que proceden, el agricultor que los cultivó, la fecha de recolección y de envasado entre otros muchos datos.

Selección mediante cámara óptica: este cacharro hace nueve fotos de cada tomate, y no van precisamente despacio.


Envasado y a correr.

Los tomates que superan la selección se envasan en el recipiente adecuado. Aunque la cooperativa también vende a granel, a la hora de vender los técnicos manejan 800 referencias distintas que resultan de las distintas combinaciones de los productos a vender  (tomates, pimientos, pepinos…) en las distintas formas de presentación (tamaño, barqueta, film, etc.) y para los distintos destinos (exportación, marcas propias y marcas blancas).

Aquí guardan los envases de sus productos. Con lo que veis aquí tienen para  ¡¡ un dia y medio ¡!.

Los tomates, pimientos y pepinos que comercializa la Cooperativa apenas pasarán dos días en la planta. El factor rapidez es vital en productos como este; sobre todo teniendo en cuenta que la mayor parte tendrán que viajar al norte de Europa, lo que supone uno o dos días más antes de llegar al supermercado. El camión es el único medio de transporte que utilizan, ya que es el más rápido.

La Palma también comercializa pepino y pimiento para aperitivo, que posiblemente no hayas visto en el mercado, porque exportan el 93% de su producción, principalmente a otros países europeos. Estos pepinos "snack" se van para el Reino Unido.

Y estos tomates variados para asar en la barbacoa, para los países nórdicos. ¡Qué envidia! (porque estaban riquísimos con su aceite bueno y sus hierbas, y es que tuvieron el detallazo de darnos unos cuantos para probar).



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